Conquistada y arrasada por los romanos, erigieron un castillo y una ciudad notable. Desaparecida nuevamente durante la Baja Edad Media, sobre sus ruinas resurgió la maravillosa ciudad medieval de Sigüenza que hoy conocemos.
Escasos vestigios quedan de su antiguo esplendor. Las piedras milenarias se utilizaron en su reconstrucción, y los restos celtíberos localizados en los alrededores permanecen sistemáticamente abandonados y sin escavar.
El secreto de la importancia que ha tenido siempre la ciudad de Sigüenza procede de la riqueza de las salinas que florecen en sus cercanías. La sal, sustancia muy apreciada en la Antigüedad para la preparación de embutidos y salazones, llegó a tener un valor similar al oro. En sal los soldados y trabajadores cobraban su salario, ya que con poca cantidad podían atesorarse muchos bienes.
Os explicaremos con detalle la gran repercusión de las salinas al narraros la leyenda de los cuatro dragones. Baste decir que a principios del siglo XX 3.000 toneladas de sal anuales eran cargadas en la estación de Sigüenza.
En la Segontia celtíbera se rindió culto a la diosa Épona, la diosa celta protectora de los caballos, según atestigua un ara que se encontró en el año 1850 cerca del convento de San Francisco, al lado de un pavimento romano.
En una de sus caras tenía esculpido un bajo relieve que representaba a la diosa Épona junto a un caballo, y una inscripción que decía:
Eponae s(acrum). Secundus v(otum) s(olvit) m(erito)
Consagrado a Epona. Justo exvoto de Secundo.
En el dorso del ara estaba esculpida una cuadriga, que había vencido en una carrera del circo conducida por el auriga Secundo.
Hablaremos de esta pieza arqueológica en el próximo post.
La diosa Épona fue muy venerada en la Galia y en Renania, así como también consta en Bretaña, Yugoslavia, África del Norte y Roma.
Los romanos la adoptaron en su panteón y le rindieron culto.
El día 18 de diciembre de cada año, ante diem XV kalendas januarias, dies comitiale (C), día en que las asambleas de ciudadanos votaban sobre cuestiones políticas o criminales, el día sexto del mes griego Poseidón, los romanos celebraban las Eponalia, fiestas en honor de la diosa Épona.
Se la representa montada en uno de sus caballos o entre dos yeguas. En las Galias, como una náyade acuática.
Una de sus principales misiones era transportar el alma de los difuntos al Paraíso a lomo de sus caballos. También se muestra portando una gran llave, símbolo de su habilidad para abrir las puertas del cielo y del mundo feliz al otro lado.
Cuenta la leyenda que los caballos de la diosa Épona acudían de tanto en tanto a la Hoz del río Dulce a pastar y abrevar. Los celtíberos quisieron capturarlos en muchas ocasiones, pero los caballos, los más ágiles y rápidos que jamás han existido, saltaban las empalizadas más altas y sorteaban todas las trampas. La náyade, enferma porque ensuciaban el agua en sus correrías, ayudó al niño pastor a capturarlos y domarlos.
Nuestra narradora Anita contará a niños y jóvenes la historia de estos caballos y de sus descendientes, que con los siglos han alcanzado fama universal.
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